INTRODUCCION

Y usted, lector, ¿qué opina sobre la guerra en Siria? ¿Y sobre la corrupción política? ¿Y sobre los refugiados? No, no pretendo que me responda. No me interesa su opinión. Lo que sí me interesa es por qué razón la tiene.
¿Ha viajado usted a la guerra de Siria? ¿Ha conocido a algún político corrupto? ¿Ha hablado alguna vez con algún refugiado? Intuyo que no.
Todos nosotros, o al menos la inmensa mayoría, construimos nuestro mapa de la realidad y establecemos nuestras creencias, juicios de valor y opiniones basándonos en la información que percibimos. Es decir, apoyándonos, en la mayor medida, en lo que nos cuentan los medios de comunicación.
Y nuestra decisión, a la hora de escoger un determinado periódico, un programa de televisión o radio, una página web, o un libro de tal o cual autor, suele estar condicionada por nuestras propias tendencias ideológicas y prejuicios. Con lo cual, la mayoría de las veces, en lugar de contrastar dichas creencias apriorísticas, lo que hacemos es reafirmarlas, a través de una información selectiva.
Por eso, de la misma forma en que todos nos consideramos con autoridad para sentar cátedra, en nuestras tertulias de sobremesa, sobre cuestiones políticas, sociales o deportivas, también defendemos con vehemencia nuestras opiniones sobre el más allá o lo sobrenatural. Sea a favor o en contra.
 Y de la misma forma en que, dependiendo de si nuestra ideología política tiende más a la derecha o a la izquierda, leeremos periódicos y veremos programas de ideología afín, escogeremos lecturas escépticas o creyentes en lo sobrenatural en función de nuestras propias creencias, reafirmándolas y huyendo del sano ejercicio de contrastarlas.
Periodistas, escritores y reporteros son, en buena medida, los responsables de lo que todos opinamos sobre los llamados fenómenos paranormales. Los medios de comunicación construyen la opinión del público sobre casi todos los temas que abarca la cultura de una sociedad, y el misterio no es una excepción.
La revistas especializadas, los programas esotéricos y libros como este son los que construyen, mayoritariamente, las opiniones y creencias de la sociedad. En las tertulias paranormales, en los pasillos de cualquier congreso, o en las sedes de grupos esotéricos, se discute sobre el origen de los ovnis, la transmigración de las ánimas, el monstruo del lago Ness o la reencarnación, en función de lo que nuestros artículos, libros y conferencias divulgan.
Por esa razón, nuestra responsabilidad para con el público es enorme. Y más aún cuando el tema a debatir es un campo tan abstracto, escurridizo y controvertido como el mundo de lo sobrenatural.
La incredulidad es una anomalía. Tan solo un 2,5 por ciento de los seres humanos se declara ateo. Y menos de un 12 por ciento se identifica como no religiosos, aunque eso no implique que tenga otro tipo de creencias.
El resto de la humanidad, casi el 90 por ciento, profesa una u otra religión. Y si algo caracteriza a las religiones es el misterio, lo incomprensible y lo sobrenatural.
No importa que nos confesemos cristianos, budistas, judíos, musulmanes, hinduistas, sijs o animistas. Todas las religiones se caracterizan por mantener, de una forma u otra, la creencia en los milagros, la vida después de la muerte, las curaciones inexplicables, la existencia de espíritus, ángeles o demonios, etc. Por eso, aplicándoles uno u otro nombre, en esencia la mayoría de los seres humanos creemos en las mismas cosas.
Y por eso el mundo del esoterismo y lo sobrenatural resulta, para cada vez más personas, un reto fascinante. La atractiva seducción del misterio toca con su varita mágica a todo ser humano en alguna ocasión a lo largo de su vida. Pero ese fascinante mundo encierra graves riesgos. Y me resulta paradójico y alarmante que los divulgadores de este tipo de temas no nos hayan advertido de esos peligros.
La inmersión imprudente en las prácticas esotéricas puede costarnos nuestro dinero, nuestro libre albedrío, nuestra cordura, e incluso nuestra vida.
Esta no es una afirmación gratuita.
Yo no soy un teórico. A partir de ahora documentaré cada una de esas advertencias con casos reales, prácticos, algunos muy mediáticos, que he investigado personalmente. Y creo que quienes hemos tenido la oportunidad de indagar qué hay de cierto y de falso en esas creencias debemos adoptar un compromiso moral con los hechos.
Supongo que cualquier investigador honesto, que haya tenido la oportunidad de encararse con el lado más oscuro de las creencias en lo sobrenatural, siente esa misma responsabilidad.
En mi caso, he tenido la desagradable oportunidad de recoger, entre lágrimas desconsoladas, el testimonio de la madre de un joven que se suicidó para viajar con los extraterrestres a otro planeta en Terrassa…, o la que arrancó a su propia hija de nueve añitos, en Almansa, los intestinos por la vagina creyendo que lo que le estaba sacando era el demonio…, o la que encontró el cadáver de su hijo ahorcado en el altillo de su casa en Vigo, porque la ouija le había «dicho» que así iría a un lugar más bonito…
No se trata, en mi caso, de iniciar una cruzada contra los fenómenos paranormales, sino simplemente de mostrar, como entiendo que es nuestra obligación, el lado oscuro del misterio.
Decía el célebre Ortega y Gasset : «Siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñas». Me parece un excelente consejo. Especialmente en lo referente al complejo y desconocido mundo del misterio. Un mundo en el que nuestras aspiraciones de conocimiento pueden encerrar un pasaporte a la locura.
Una locura con mil formas. Como demonios encerrados en nuestro cerebro, dispuestos a manifestarse a la primera oportunidad. Y la aventura del esoterismo facilita la apertura de esas puertas mentales a un universo desconocido. Por eso el sentido común y la información objetiva son los mejores exorcistas contra esos demonios. Ya decía San Ignacio que «conocer al diablo es destruirle», porque la ignorancia ha sido siempre la mejor aliada del mal.
Mi única intención en las próximas páginas es exorcizar los diabólicos riesgos del esoterismo conociéndolos de antemano. Aun cuando algunos de los relatos que incluyamos en estas páginas, lo advierto, puedan llegar a herir la sensibilidad del lector.


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